Hay, a veces, demasiado ruido en la calle, y a veces demasiado poco. Existen silencios amplios, incómodos, cortados, negros, trágicos,…al gusto del que observa. Canta, canta para que duerman los que habitan la aparente callada acera, para vaciar sus mentes insomnes. Si abundan los coches, el humo del cigarrillo, las miradas dormidas de la mañana, las bocas con aroma a café solo sin azúcar o a pasta de dientes, y los transeúntes, y sus vidas, las de las gentes que pasean, corren y viven: escucha… escucha y calla. Suena un móvil y la única voz de las dos existentes en una conversación, las ruedas de un cochecito de bebé que lleva una niña que se escapa corriendo de la mirada incansable de su padre, el “click” del mechero de unos ya no tan jóvenes, que se encienden su pitillo con ciertas especias, las ruedas de los buses que rozan el suelo con el peso de todos los rutinarios viajeros, las hojas que llevan las pequeñas manos de una estudiante, que se las lleva el viento, los co...