Ida

Hay, a veces, demasiado ruido en la calle, y a veces demasiado poco. Existen silencios amplios, incómodos, cortados, negros, trágicos,…al gusto del que observa.  Canta, canta para que duerman los que habitan la aparente callada acera, para vaciar sus mentes insomnes.  Si abundan los coches, el humo del cigarrillo, las miradas dormidas de la mañana, las bocas con aroma a café solo sin azúcar o a pasta de dientes, y los transeúntes, y sus vidas, las de las gentes que pasean, corren y viven: escucha… escucha y calla.
Suena un móvil y la única voz de las dos existentes en una conversación, las ruedas de un cochecito de bebé que lleva una niña que se escapa corriendo de la mirada incansable de su padre, el “click” del mechero de unos ya no tan jóvenes, que se encienden su pitillo con ciertas especias, las ruedas de los buses que rozan el suelo con el peso de todos los rutinarios viajeros, las hojas que llevan las pequeñas manos de una estudiante, que se las lleva el viento, los cotilleos de algunas y las tonterías de otros, las tazas y platos que se mueven dentro de los balcones de las casas y el cerrar y abrir de puertas de sus habitantes, y pájaros que lograras entender si te lo propones; su canto es único y sincero al oído, sus notas podrían cegar a cualquier marinero cómo lo hacen las sirenas. Calle Balmes, muy de mañana.
Y de golpe, deja de sonar el sonajero del pequeño que anida dentro del coche, la puerta se ha cerrado y le espera un viaje por un concierto de nuevas experiencias. Su padre abre la ventana, y el niño escucha, un susurrar del vidrio de la ventana mientras se baja, por alguna razón que él no entiende. Y entran. Entran olores i el viento acaricia el poco pelo recién salido.
Por la ventana trasera se ve una carretera gris. Nos lleva a todas partes. A todas partes voy a ir.




(08-06-2009)   Helena Admetlla Dachs

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