Érase una vez una papelera que se volvió reversible


No habréis oído nunca una historia tan simple.
Cuan cansada estaba, solo lo sabía ella. Por la mañana, los bastoncitos y los moquitos, y un buen tampón matutino acompañado de las sobras del almuerzo. Al mediodía… un par de condones. Entrada ya la tarde…chicles, la merienda, hojas pintadas o escritas, envoltorios de plástico y vidrios, ya que los dueños no son precisamente el prototipo de gente ecológica. Por la noche, más de lo mismo.
-¡Qué asco! Esto no lo soporta ni un “conteiner”- decía siempre.
Una mañana, después de pensarlo durante muchos meses, escupió todo lo que le habían puesto dentro y que llevaba acumulándose ya, cinco días.
Viendo lo bien que se quedaba al no almacenar tanta porquería inútil, empezó a hacer el mismo proceso cada vez que le tiraban alguna cosa que a ella no le parecía útil.
Al cabo de unas semanas, la papelera se había auto adornado, con trozos de tela, papel maché y otros restos reutilizables que había encontrado en su interior. No era lo que se dice preciosa (estamos hablando de una papelera), pero lucía menos simple y asquerosa que de costumbre.
Los amos, al ver que esa papelera no tenía ninguna utilidad (al menos para la que se la había fabricado),y que les dejaba la casa hecha un autentico asco, la dejaron en la calle, dónde fue recogida y acogida por una mujer que, raramente, la dejó debajo de su mesa del despacho, en un lugar a la vista, acompañada de otros objetos curiosos.
Aunque…exigente como es, aún hay cierta porquería que no acepta ni tolera…la papelera, agradecida, aceptó su función, pero sólo la cumplía con la nueva dueña, con la que ahora se divierte, tirando las bolitas de papel que ella le deja, intentando acertar a las cabezas de los trabajadores que pasan por allí.

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